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Mostrando entradas de agosto, 2018

Aquellas Historias (VII)

– Qué tanto dinero por ese esclavo - decía exaltado Don Efraín Dos Passos, su rostro se coloraba, y sus manos temblaba, a pesar de ser un hombre de muchísimo dinero, nunca fue persona de malgastarlo o de regalarlo a cualquier. - Son unos trúhanes, trúhanes, trúhanes - repetía con todas sus fuerzas, las venas de la sien se marcaban más y más. Volteó con   ira cuando sintió una mano en su hombro derecho. Estuvo aun paso de asestarle un golpetazo a aquel que lo sujetaba con amabilidad y afán de aprecio. Pero, justo antes de levantar su mano ya apretada, reconoció aquella persona. Don Antoine Feraud estaba allí sonriente, complaciente. Su cara de felicidad no tenía igual, era una mezcla de la alegría de ver a su amigo y de poder calmarlo. - Su merced jamás cambia, puedes comprar miles de esclavos cien veces más caros- dijo sin dejar de esbozar aquella amplia sonrisa. Más atrás Kyle Brennan no apartaba su mirada de la escena. Y en contraste del rostro de su fiel acompa

Aquellas Historias (VI)

Opinión -. Estaba acostada en su grande y acolchonada cama, siempre rodeada de almohadas rellenas de plumas de garza. Su mirada colocado justo en un punto fijo en el techo de madera fina. María Auxiliadora, no podía quitarse de la mente aquella reunión social. Mientras su madre se mostraba feliz, conversando con aquellas personas que juzgaba de su condición. Como en una especie de regreso triunfal a la alta sociedad, y sus hermanas jugaban con otros niños de su edad, a ella un sortilegio de impresiones y significados la hundieron en un mar de dudas. No se olvidaba como los caballeros, además de sus finas ropas, civiles o militares, todos tenían en alguna parte de su cuerpo aquel símbolo. El círculo dorado que envolvía a una cruz morada y a una calavera de plata, le seguía intrigando. Pero, en lo más profundo de su corazón no podía preguntarle a nadie lo que significaba. Temía lucir como una intrusa y ser expulsada del lugar, o pasar por una tonta. Su curiosidad se ele

Aquellas Historias (V)

La butaca era grande. Su espaldar sobrepasaba su cabeza por casi 20 centímetros, y estaba coronada por dos puntas de lanzas de hierro. Su respaldar estaba acolchonado con una tela muy suave de plumas de garzas, al igual que el asiento. Sus manos reposaban en dos brazos que se conectaban a través de una especie de garra felina con las dos patas delanteras de la silla. Lentamente, Don Efraín Dos Passos libaba con calma aquel vino añejado, dulce y tibio que le daba paz. Recordaba sus días en Portugal, sus negocios, su vida. Allá en esa “Tierra Firme” a donde fue a parar no le agradaba nada. Ni la gente, ni el comercio, ni las leyes. ¿Qué hacía allí? Era la pregunta habitual que palpitaba en su mente como si fuera el propio corazón que dominara su capacidad intelectual. Los dedos de su diestra jugaban con el filo abultado y redondo de la copa, mientras la zurda sostenía con vigor aquel envase hecho de plata y que relucía con los rayos del sol que se colaban por una ventana mal cerrada

Aquellas Historias (IV)

Opinión -. Se atragantaba la jarra de vino como si fuese agua, su amarilla barba se teñía del rojo de aquella bebida que a pesar de consumirla a sorbos enormes no lo embriagaba. Pasándose por los labios la manga de la camisa ennegrecida por el sucio del sudor que expedía, miró a los ojos a quien fungía como jefe de la misión y le preguntó. - Creéis en verdad que ese mocito de escuadra, no sospechará nada - fue la pregunta que disparaba con certera puntería. - Aquí no importa lo que crea o no. Habéis escuchado tú mismo la orden. El muchacho debía llevar la carta él mismo. Ahora, sin dudarlo, se sentirá uno de nosotros -   la carcajada de Don Antoine Feraud resonó a todo lo ancho y largo de la taberna. Su acompañante, el fiel Kyle Brennan , no aguantó las ganas de mofarse y lo hizo. Hasta remedó a José Antonio con aquella cara de miedo, manos temblorosas y mirada confusa, justo en el momento en que en la Orden de la Cruz Violeta le entregaron la misiva dirigida a los herm

Aquellas Historias III

A todo galope, con una mano en las riendas de su alazán negro y la otra en su sombrero puntiagudo,   se veía desesperado. Las gotas de sudor caían como una cascada y se perdían   entre el polvo levantado por los cascos del animal que andaba caminos como una gacela.     Su pensamiento era una nubosidad en pleno invierno. Pensaba en el papel que estaba jugando en aquella tarde; justo él, hijo ilegítimo de un isleño y de una india, un hombre que había sido rechazado por la sociedad y que sus propios compañeros de armas lo tratan con desdén, era el protagonista de aquella historia. Hace dos días José Antonio Carrasco, era un simple soldado de infantería que pasaba sus tardes jugando a los dados y tomando ron barato en el establecimiento de Don Ezequiel y durmiendo en el catre que su madre siempre tenía acomodado esperándolo.   Era una vida simple que no percibía en un horizonte tempestades. Hasta aquel día. Ese viernes 20 de mayo, cerraba un negocio colocándole dos moneda