Aquellas Historias (VI)
Opinión-. Estaba acostada
en su grande y acolchonada cama, siempre rodeada de almohadas rellenas de
plumas de garza. Su mirada colocado justo en un punto fijo en el techo de
madera fina. María Auxiliadora, no podía quitarse de la mente aquella reunión
social.
Mientras su madre se mostraba
feliz, conversando con aquellas personas que juzgaba de su condición. Como en
una especie de regreso triunfal a la alta sociedad, y sus hermanas jugaban con
otros niños de su edad, a ella un sortilegio de impresiones y significados la
hundieron en un mar de dudas.
No se olvidaba como los
caballeros, además de sus finas ropas, civiles o militares, todos tenían en
alguna parte de su cuerpo aquel símbolo.
El círculo dorado que envolvía a
una cruz morada y a una calavera de plata, le seguía intrigando. Pero, en lo
más profundo de su corazón no podía preguntarle a nadie lo que significaba.
Temía lucir como una intrusa y ser expulsada del lugar, o pasar por una tonta.
Su curiosidad se elevó más
cuando, en medio de una conversación de dos caballeros que lucían como
funcionarios de la corona, se reían a risa suelta luego de repetir una frase en
un idioma que ella no entendía: Wenn du
es wissen willst, lerne im Dunkeln.
Nunca se olvidará del escalofrío
que recorrió su cuerpo cuando un joven un poco mayor que ella, se colocó a sus
espalda, inclinó su cabeza en dirección a su oído y dijo –eso significa “si
quieres saber, aprende en la oscuridad”-. Ella se volteó para ver quien le
hablaba y se sorprendió al ver a José Raul Villasana, el hijo de uno de los
mejores amigos de su padre.
-José Raúl- atinó a decir, mientras se abalanzaba en contra de la
humanidad de aquel que había sido el compañero de juegos y de aventuras en
otros tiempos.
-Mi querida María Auxiliadora, que
fantástico que estés aquí- aseguró al pasar su mano afectuosa y delicadamente sobre sus cabellos de oro, finamente
peinados.
-Por fin alguien conocido. No sé, no me siendo cómoda aquí- le
confesó, recordando la confianza de antaño que ambos se tenía.
José Raúl lanzó una mirada como
de compasión y ternura, le susurró unas palabras al oído, que hicieron aterrarla
más y se retiró con la misma rapidez con la que había llegado hasta ella.
Daba vueltas en su cama, al mismo
ritmo que su cabeza giraba de pensamientos. ¿Qué era esa reunión? ¿Tal vez, su
madre estaba feliz no por haber regresado a las fiestas de otrora sino porque
era readmitida en un grupo selecto? ¿Pero selecto para quién o para hacer qué?
No dejaba de pensar. Hasta que de
pronto sintió como la puerta trasera de la casona, a la cual su habitación quedaba
muy cerca, se abría de un portazo.
Saltó de la cama, acomodó su vestido
y salió. Al estar sumida en sus pensamientos se había olvidado que siempre Ño
Josefo, como le decían al esclavo de la casa, entraba con su andar rustico para
entregarle los mandados que su madre les pedía.
Pero aquel día el negro traía un
sobre extraño. Y, María Auxiliadora logró ver entre los dedos gruesos y llenos
de tierra de su sirviente el mismo símbolo del círculo dorado y la cruz morada
sobre una calavera.
Pensó que la idea que su madre, y
tal vez su padre, era miembros de una secta pasó por su mente. E inclusive,
argumento para sí misma, que por esa razón a Doña Petrolina como a sus hijas
las llamaban “brujas”.
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