Aquellas Historias (I)


Opinión-. El gran ventanal de la casona estaba abierto de par en par, desde las caminerías de piedra y adoquines, los transeúntes hacían resonar sus botas y calzados finos mientras instintivamente volteaban su mirada a ver en el interior de aquella casa.

Los mozalbetes giraban sus cabezas curiosos por ver la imagen enflaquecida de la "bruja libertina", y los más adultos lo hacían por si Dios los bendecía con algún vistazo furtivo de las hijas de Doña Petrolina.

Las mismas señoronas, con sus peinados como cerros en sus cabezas, sostenidas por una peineta que servía de dique de contención a aquel río de cabellos, sentían la curiosidad de ver dentro de la Quinta "Los Embrujos".

En más de unas ocasión las mujeres apuraban el paso llevándose a empellones sus esposos, o por lo menos les pellizcaban el brazo para evitar que éstos giraran en dirección de la vieja casona, donde se dice que el mismo diablo va a tener orgías con Petrolina y sus vástagas de senos pronunciados, cintura fina y tez blanca.

La casona quedaba justo en el polo opuesto a la Iglesia y, entre la esquina de "El Ahorcado" y "Los Sedientos", allí donde hace 30 años un inglés, Lord Peter Thomunt, había llegado como representante de la Honey Company y se había enamorado de una muchacha de buena cuna y ojos azulados.

En Saracoa se decía que Mister Thomunt había llegado a las costas caribeñas con un cofre vacío, el cual cada dos años enviaba de regreso a Londres repleto de oro, perlas y sobre todo papeles de deuda.
-Niñas, niñas - se escuchaba la voz silbante de Doña Petrolina, quien salía de su recamara tan acicalada y arreglada como para ir a un baile, mas ya habían pasado tres lustros desde la última vez que fue a una reunión social tomada del brazo fuerte y firme de aquel que había sido su marido.

Tres jovenzuelas saltaron de varios puntos. La primera, María Auxiliadora era un muchacha de 16 años, y a pesar de su edad no había sido presentada en sociedad, tenía una larga cabellera dorada y lisa que le llegaba a la altura de su cintura, su voz era melodiosa y agradable; la segunda, Carlota, tenía unas 14 primaveras, nunca dejaba de peinarse o tocarse el cabello, su mirada era coqueta y caminaba como bailando.

La tercera, y última de las hijas de Doña Petrolina y Lord Thomunt, era Cleotilde, a quien su mamá y hermanas llamaban "Cleo". A duras penas alcanzaba los 9 años. Nació el mismo día que su padre fallecía en medio de un duelo de pistolas que perdió sin intentar tomar su armamento.

- Aquí estamos mamá, para qué nos llamas. ¿Seguro es para algo importante? - con sorna y un tono algo altanero habló María Auxiliadora quién encabezaba el grupo de damitas que estaban acostumbradas a los arranques maternos.

- Niñas - volvió a silbar la madre- prepárense, hoy vamos a hacer una visita de cortesía. La frase dejó boquiabiertas a sus hijas, tenían cinco años sin entrar a ninguna otra casa. Sus únicas salidas eran para el puerto de Roca Vieja y a la pulpería de "La Loba" de Don Ramiro.

La emoción se apoderó de las tres, pero sobre todo de Carlota, quien comenzó a saltar sin parar ante los ojos incrédulos de Doña Petrolina y las risotadas de sus hermanas que se divertían con sus locuras.

Otra vez, silbando palabras, la madre se dirigió al trío feliz. "De esta reunión dependerá nuestro futuro; esta noche terminamos de morir o renaceremos", dijo mientras pasaba su mano esquelética por la frente como luchando que su ceño fruncido.

- No te preocupes madre - dijo Carlota - de todas maneras las cuatro estamos muertas desde hace muchos años, y usted debe saberlo más que nadie.

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