Aquellas Historias (II)
Opinión-. El carruaje, con finos labrados en sus puertas y bordes de
un oro brillante, causó la admiración de todos los vecinos cuando se detuvo justo
al frente de la vieja casona de Doña Petrolina.
El chófer, elegantemente vestido
y con un sombrero de copa al estilo inglés, que provocó la burla de unos niños
que correteaban por el lugar, se apeó del aquel vehículo empujado por unos bellos
caballos de pelaje blanco reluciente.
Con lentitud y firmeza tocó la
puerta de “Los Embrujos”, pero nadie respondía. Doña Joaquina Urrutia de Las
Salas, esposa del Capitán General, Don Jorge Rodríguez Casado, pasaba moviendo
con frenesí su abanico, mientras murmuraba al oído de Doña Concepción Marcano viuda
de Orejuela Jiménez.
-Dios mío, ahora qué estará tramando esa mujer- dijo Doña Joaquina,
mientras el rostro de su interlocutora se iba pintando de un rubor que
asemejaba a una insolación.
-Ave María Purísima- contestó la otra, quien se hizo la señal de la
cruz y volteaba su rostro con desprecio hacia la dirección contraria a la
casona.
De repente, se abrieron las
puertas de la casa. Y exquisitamente trajeada, con un vestido azul celeste con
encajes dorados y pliegues color esmeralda, salió Doña Petrolina.
-Niñas, llegó la hora. Apúrense, el cochero no tiene todo el día- giró
instrucciones la madre quien además lucía una especie de tiara, una de las
pocas que le quedaban luego de morir su esposo.
Las jovenzuelas iban saliendo una
a una. Carlota danzaba con cada paso que daba, su cabellera dorada estaba libre
y se movía al ritmo de su caminar, llevaba puestos unos guantes de seda color
marfil que completaban su vestido de blanco bordado con lágrimas de perlas y un
collar plateado coronado con un rubí justo en el medio de su alargado cuello.
Más atrás, María Auxiliadora, brotó de las entrañas de la casa con un traje tan
negro como su cabello, y con un pronunciado escote que le permitía lucir sus
redondos y firmes senos.
Ella llevaba pendiendo de su mano
derecha a la pequeña “Cleo”, quien sonreía con inocencia. Ésta iba de rosado y
con una cinta blanca que hacía de cinturón, desde donde le colgaban unas
cadenas de oro.
Doña Petrolina palmeó con dureza
sus manos y ordenó que todas sus hijas entraran a la carroza. Ya en ese
momento, no era solamente Doña Joaquina y Doña Concepción las únicas que
presenciaban la escena, unas 20 personas entre mantuanos y plebeyos estaban
atónitos con la viendo a las “brujas” del pueblo.
El cochero cerró la puertas
detrás de Doña Petrolina, quien fue la última en subir, con su mano derecha
colocada en su espalda y la izquierda acomodándose el sobrero, giró y se
dirigió a su puesto.
-Arre- fue la única palabra que salió de sus labios. Los animales al
sonido del primer latigazo salieron corriendo de aquel lugar. Y una estela de
polvo y dudas fueron dejando a su trote.
-Óigame bien- dijo la mujer quien se sentía satisfecha luego de ver
de reojo las caras de sus antiguas rivales. -Vamos a la casa de Don José Monte Ávila y Reyes, él es uno de los
favoritos de su Majestad, tiene aún más poder que el Capitán General - les explicaba en vano a sus hijas que estaban
más interesadas en saber cómo sería la casona que iban a visitar y qué
muchachos se encontrarían.
Al cabo de unos 20 minutos, a las
salidas del pueblo, se detuvieron en una enorme entrada. El portón medía más de
dos pies de altura, había más soldados que en la mismísima sede de la Capitanía
General, y el lujo se percibía en los acabados de hierro forjado y plata que
saltaban a la vista por todas partes.
Pero, algo llamó la atención de
María Auxiliadora, las más detallistas de las hijas de Doña Petrolina, había un
símbolo que no conocía y que le atraía fuertemente.
Dentro de un círculo dorado se
veía una cruz morada sobre una calavera de plata bordeada por la frase en
alemán: Wenn du es wissen willst, lerne
im Dunkeln.
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