Batalla ideológica
Por José Dionisio Solórzano
Opinión-. Cuando parecía que el mundo estaba destinado a
optar entre dos modelos autoritarios, el Comunismo y el Fascismo, desde la
Ciudad de Vaticano surgió un clamor social expresado en varias Encíclicas
Papales como Rerum novarum, Graves de Communi, Quadragesimo Anno, Populorum
Progressio y otras que dieron forman a lo que se llama la Doctrina Social de la
Iglesia.
Fue desde la Santa Iglesia
Católica, gracias al tino de Leon XIII y otros Sumos Pontífices, que nace un
movimiento espiritual y social que invitaba a los cristianos a asumir un papel
más beligerante, activo y decidido en los temas políticos.
Así se va moldeando un
pensamiento filosófico, como el Humanismo Cristiano, donde Jacques Maritain
tendrá un rol fundamental por medio de su extensa y densa actividad filosófica,
al igual que Emmanuel Mounier, Louis-Joseph Lebret y tantos otros pensadores que fueron
construyendo una tesis política: La Democracia Cristiana.
Ante el materialismo dialectico
de los marxistas, el materialismo de los capitalistas y el idealismo irracional
y xenófobo del fascismo nace la democracia cristiana como una alternativa
democrática, pacífica y centrada en el crecimiento del ser humano.
Este pensamiento político
concebía al hombre no como una masa amorfa, deshumanizada y como mero sentir
colectivo, ni tampoco lo veía como un individuo ajeno a su ambiente, aislado o
ensimismado en sus propios asuntos, sino como el eje central de la sociedad,
como su motor y razón de ser de la sociedad.
De esta forma, la democracia
cristiana hace su aparición para luchar por principios éticos, para darles
mejor calidad de vida a los trabajadores, para defender la tradición cristiana que
era amenazada por el socialismo ateo, y para darle sentido de comunidad y de
pertenencia a ese hombre que era visto por los materialistas del capital como
simple factor de producción.
Esta tendencia política
reivindicó el papel de la familia en la sociedad actual, elevó las banderas de
la moral pública e hizo de la honradez su mayor sello de presentación y su
mayor garantía al llegar al gobierno.
La democracia cristiana gobernó
con éxitos notorios en Alemania, Italia, España, Chile, Venezuela, Colombia y a
muchos países más, y aún se presenta como una opción ante la intolerancia y el
sectarismo político, como una vía para el reencuentro de las sociedades.
Y hoy cuando Venezuela vive su
época más oscura, cuando el Estado de Derecho está hecho añicos, cuando la
legalidad es un espejismo y la Constitución es violada y usada a beneficio de
una parcialidad, la democracia cristiana debería retomar su rol de opción real
y democratizadora para la sociedad.
Los demócratas cristianos
deberían ser voces de esperanzas, faro de sensatez y camino de cordura en los
días actuales; la democracia cristiana tiene que emerger como una brújula en
medio de la tormenta, si no lo hace perdería su esencia y su razón de ser.
La batalla ideológica que libró
la Democracia Cristiana contra los totalitarismo de los años 20, 30 y 40 del
siglo pasado, contra las dictaduras militares bananeras y contra las guerrillas
marxistas auspiciadas por Cuba y la extinta Unión Soviética en los años 60, 70
y 80 del siglo pasado, se está reeditando nuevamente en Venezuela.
No se puede librar una batalla
ideológica contra el socialismo, proponiendo más socialismo o un socialismo
diferente, como lo hacen algunos partidos venezolanos. ¡No!
Tampoco se puede combatir el
socialismo autoritario con un capitalismo autoritario. ¡No!
Solo la Democracia Cristiana
tiene la capacidad y la profundidad doctrinaria para hacerle frente al desastre
socialista de Maduro y detener a la amenaza de un materialismo inhumano y atroz
disfrazado de liberalismo.
¿Qué esperan? Es ahora o nunca.
Si no actúan ya, defraudaran su historia, su responsabilidad política y su
papel ideológico. ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos demócratas cristianos!
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