Historia Trágica

José Dionisio Solórzano (@jdionisioss)


Opinión-.   Este régimen despiadado no sólo es culpable de las historias lamentables que protagoniza en primera persona, no. Sino que a través de sus acciones y omisiones es responsable de muchas tragedias en Venezuela, como por ejemplo, la que narraremos a continuación.

Eran las cuatro de la mañana, aquel hombre de unos 56 años de edad, sale a oscuras de su casa con destino al terminal. ¿La razón? Tienen que amanecer para tener opción de montarse en uno de los pocos autobuses que hacen la ruta Puerto La Cruz-Caracas.

Como puede consigue que un vecino lo saque de su sector, rumbo al epicentro de los viajes terrestres de la ciudad; allí tienen que capear las dificultades propias de la hora y del lugar.

Inició un frenético pugilato, de empujones y apretones, para mantenerse en su lugar en la fila. Mirar con zozobra a todas direcciones, por temor a que se materialice un atraco colectivo, de los que se han vuelto tan común en toda la geografía nacional.

Se esfumó la penumbra de la noche, llegó el alba y con ella el ruidoso inicio de las operaciones en el terminal. Gritos, olores a fritanga, vendedores de todo tipo, pasajeros hablando, cantando, silbando, y uno que otro peleándose en los alrededores.

Así fue transcurriendo el tiempo, el sol se colocó en el pleno centro del cielo.

El calor del mediodía se hizo más intenso, y aquel hombre se mantuvo en su cola, sin chistear, sin beber agua, y sin comer ni un bocado de alimento, para no gastar más, luego del costoso boleto del autobús y del pago de un pechaje de salida.

Además, le quedaba poco efectivo, de lo que en días anteriores había podido sacar por taquilla, y lo que le restaba en la cuenta bancaria era un poco menos de una tontería, que no alcanzaba para absolutamente nada.

A la 1:45pm, logró embarcarse en el autobús, de sospechosas condiciones, para trasladarse hasta la capital del país. El viaje transcurrió sin más demoras, ni contratiempos.

Llegó al terminal de oriente en Guarenas, trató de comunicarse con su hijo para que lo buscará en el terminal, al principio las líneas no le ayudaban mucho, hasta que por fin, pudo comunicarse.

Su hijo comenzó su propio periplo, sin prácticamente dinero, para llegar hasta donde se encontraba su papá. Justo en ese día, seguían las fallas de luz y el metro no funcionaba, y el flujo de vehículos había disminuido una barbaridad.

El tiempo pasaba y el hombre en el terminal, viendo que su hijo no llegaba y que la noche se apoderaba de su mundo, decidió arriesgarse e irse por su propia cuenta hasta Catia, donde está ubicada la residencia de su hijo.

Pagando pasajes mochos y montándose detrás de camiones, logró llegar hasta Plaza Venezuela, y desde allí, como pudo, arribó a Catia; llamó a unos familiares que los buscarán al pie de aquel cerro, y junto a éstos subir la cuesta.

Caminó y caminó, su estómago ardía del hambre, su frente destilaba sudor a cántaros, a pesar de lo fresco de la noche. Al conquistar la montaña y llegar a la casa de su hijo, se echó en un mueble, se desabotonó la camisa y cayó muerto.

¿La causa de la muerte? Una subida de tensión que provocó un infarto fulminante. Durante aquel día no comió nada, se le olvidó tomarse la pastilla del tratamiento, y el stress y el miedo de la jornada hicieron un cóctel perfecto para irse de este plano.

Tal vez en otra Venezuela, este hombre hubiera podido viajar sin pararse de madrugada, había podido comer algo sin temor a quedarse sin nada, hubiera podido comunicarse con sus familiares con mayor rapidez.

Sin duda, el caos del país fue una trampa de cazador, donde este venezolano cayó como una presa inocente.

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