¡Hambre!
Desde Alta Mar (Puerto
La Cruz)-. Eran las diez
de la mañana y estaba en una céntrica panadería de la zona Norte de Anzoátegui,
esperando para iniciar una reunión.
En la mesa de al
lado un intranquilo señor de unos 52 años, se movía sin sosiego. Se acariciaba
el bigote y se acomodaba el cinturón del pantalón como si respondiera a un
impulso involuntario.
Al cabo de unos
minutos el nombre se acercó a mi mesa, vestía bien aunque su rudimentaria
empezaba a denotar el cansancio del tiempo y los embates de la necesidad.
Con suma humildad
me abordó diciendo: “buenos días señor, disculpe. Usted podrá brindarle una
tacita de café o algo para comer, es que no como desde ayer”.
Se notaba que la
solicitud le apenaba, su cabeza estaba
prácticamente enterrada debajo de sus hombros y las manos le temblaban.
Ante semejante
realidad, procedí a ayudarle con lo poco
que podía. Me paré y compré un pastelito y un café con leche.
La cara del señor
se iluminó, parecía que había visto a Dios mismo. Tomó el café y el platico con
la comida y repitiendo, “gracias, gracias” regresó a la mesa desde donde había
emergido minutos antes.
En un chasquido,
el señor, que no tenía aspecto de indigente ni mucho menos, devoró el pastelito
y en dos tragos se acabó la infusión que aún destilada el humo y el aroma de su
reciente preparación.
Se paró y regresó
a la mesa y reiteró su agradecimiento; se retiró del local, perdiéndose en la
bruma de carros, personas y tristes historias, como las de él, que se repiten constantemente.
En otra ocasión,
un niño no mayor de siete años de edad se acercó a la mesa de otra panadería
donde estaba conversando con unos amigos y nuevamente se repitió la escena.
“Señor, tengo
hambre. Será posible que usted me ayude con algo; no quiero dinero sino comida”,
sus palabras evidenciaban la melancolía del hambre y en su rostro los latigazos
de la necesidad y las secuelas de la mala o escasa alimentación.
Entre los
presentes se le compró dos empanadas y un juego al muchacho, quien allí mismo y
sin mediar palabras engulló los alimentos con una voracidad indescriptible.
En medio de ese proceso, se detuvo
ligeramente, levantó la mirada y digo “gracias, tenía hambre”
Esta situación se
convirtió en una realidad cíclica; constantemente son miles los venezolanos,
que no están comiendo, tienen que pedir ayuda o rebuscarse en los basureros de
supermercados y restaurantes.
El hambre que
existe en todo el país es agobiando, y no es producto de ninguna “guerra
económica” sino que es el resultado de las pésimas políticas del Gobierno
nacional y de los desafueros de un régimen sin sentimiento, ni sensibilidad
alguna.
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