Obrerismo en la Democracia Cristiana

El respeto a los trabajadores, la lucha por sus reivindicaciones ha sido uno de los nortes de la democracia cristiana, como un movimiento de lucha por la justicia social de los pueblos. Los socialcristianos han tenido la mano sutil, pero fuerte a la hora de abordar el tema de las batallas por los intereses de los obreros.
Ya en la Encíclica Papal Rerum Novarum, el Papa León XIII, establecía los caminos que los demócratas y los cristianos deben abordar para evitar que los capitalistas pisoteen el pueblo trabajador.
La Santa Madre Iglesia empieza reconociendo lo escabroso de la situación obrero-patronal: "Cuestión tan difícil de resolver como peligrosa. Porque es difícil señalar la medida justa de los derechos y las obligaciones que regulan las relaciones entre y los ricos y los proletarios, entre los que aportan el capital y los que contribuyen con su trabajo. Y peligrosa esta contienda, porque hombres turbulentos y maliciosos frecuentemente la retuercen para pervertir el juicio de la verdad y mover la multitud a sediciones".
Los demócratas cristianos creen en un capitalismo humano, defienden las tesis del progreso social, no sólo de quienes contribuyen con el capital a este desarrollo, sino también a quienes con su fuerza de trabajo, han dado demostraciones de esfuerzos en la construcción de la nación.
La defensa de la propiedad privada que los demócratas cristianos hacen fervientemente (tema de otro artículo), no significa el abandono de las masas obreras, por el contrario significa la defensa de los intereses individuales y colectivos tanto de los patronos, como de los trabajadores.
Es dura la apreciación de la Rerum Novarum, en contra de quienes empleen el poder económico para imponerse cuales Semi-Dioses a la voluntad de la mayoría del pueblo, la Iglesia manifestaba en contra de los capitalistas inhumanos que "-A aumentar el mal, vino voraz la usura, la cual, más de una vez condenada por sentencia de la Iglesia, sigue siempre, bajo diversas formas, la misma en su ser, ejercida por hombres avaros y codiciosos. Júntase a esto que los contratos de las obras y el comercio de todas las cosas están, casi por completo, en manos de unos pocos, de tal suerte que unos cuantos hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre los hombros de la innumerable multitud de proletarios un yugo casi de esclavos".
Los demócratas cristianos deben defender los intereses de los trabajadores, de la lucha por el respeto al trabajo ajeno, “defraudar, además, a alguien el salario que se le debe, es pecado tan enorme que clama al cielo venganza: Mirad que el salario de los obreros... que defraudasteis, está gritando: y este grito de ellos ha llegado hasta herir los oídos del Señor de los ejércitos. Finalmente, deber de los ricos es, y grave, que no dañen en modo alguno a los ahorros de los obreros, ni por la fuerza, ni por dolo, ni con artificio de usura: deber tanto más riguroso, cuanto más débil y menos defendido se halla el obrero, y cuanto más pequeños son dichos ahorros”. Quienes defienden las tesis de la Santa Madre Iglesia, deben estar en sintonía con los intereses de los trabajadores, deben estar al lado de los obreros, trabajar en la consolidación de un esquema donde tanto el capital, como el trabajo, sean respetados en su justa medida.
El hombre y el trabajo
El Dr. Rafael Caldera, es su Especifidades de la Democracia Cristiana, establecía que la fe cristiana es la única que se basa en la individualidad de un Hombre que a la vez es la divinidad de Dios, en el dogma cristiano. Mientras las demás religiones son obras de altar clase social, Mahoma un líder militar, Buda un príncipe, Confucio un filósofo, por el contrario el cristianismo se basa en un carpintero. Fue un simple trabajador, quien llevó la palabra de Dios, la salvación de todos los hombres y mujeres que reconocen en Él, la vía para el perdón de los pecados.
El valor del trabajo es fundamental en el desarrollo de la democracia cristiana, la producción de justicia es la misma que se redefine en la consolidación de esquemas de lucha y de esfuerzos, la defensa de los trabajadores y de la propiedad privada, son fundamentales en la consolidación de proyectos socio económicos que corresponden al desarrollo de las naciones.
La represión patronal es condenada por la doctrina social de la iglesia el papa León XIII manifestaba que “si el trabajador, obligado por la necesidad o acosado por el miedo de un mal mayor, acepta, aun no queriéndolo, una condición más dura, porque se la imponen el patrono o el empresario, eso es ciertamente soportar una violencia, contra la cual clama la justicia”
La Encíclica establece que:
He aquí, ahora, los deberes de los capitalistas y de los amos: no tener en modo alguno a los obreros como a esclavos; respetar en ellos la dignidad de la persona humana, ennoblecida por el carácter cristiano. Ante la razón y ante la fe, el trabajo, realizado por medio de un salario, no degrada al hombre, antes le ennoblece, pues lo coloca en situación de llevar una vida honrada mediante él. Pero es verdaderamente vergonzoso e inhumano el abusar de los hombres, como si no fuesen más que cosas, exclusivamente para las ganancias, y no estimarlos sino en tanto cuando valgan sus músculos y sus fuerzas.
Muchos grupos ideológicos entre los socialcristianos defienden el cooperativismo como método de convivencia entre el capital y el energía del trabajo; El cooperativismo representa en la economía un medio para lograr el Bien Común, y a su vez intenta subsanar el fraccionamiento individualista de la economía, construyendo una forma voluntaria de solidaridad económica-social mediante la cual las personas vencen el egoísmo individualista y se asocian para conseguir el bien colectivo.
Las cooperativas son herramientas para la unidad familiar y el desarrollo de núcleos sociales, incentivan la lucha moral en la construcción de una economía social y humana, donde además la diferencias entre grandes empresas, no podrán posar por encima de las pequeñas, incentivando la cooperación solidaria y cristiana.

“Ojalá que estas palabras, escritas cuando avanzaba el llamado capitalismo salvaje, no deban repetirse hoy día con la misma severidad. Por desgracia, hoy todavía se dan casos de contratos entre patronos y obreros, en los que se ignora la más elemental justicia en materia de trabajo...” (Juan Pablo II, Centesimus Annus, 1991).

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